lunes, 25 de abril de 2011

Lo primero es el corazón


La noticia no llegó a dos minutos. Lo escuché hace meses en un informativo de Televisión Española y, desde entonces, de vez en cuando, me viene a la cabeza. Les cuento.
Ocurrió en Lérida. El protagonista se llama Sall Abdourahmane, es negro, inmigrante sin papeles, tiene 42 años y ha nacido en Senegal. En su país tiene a su esposa y a cuatro hijos, a su madre y a seis hermanos. Su sueño es encontrar un trabajo en España y poder ayudar a su familia. Según cuentan las crónicas, Sall Abdourahmane se dirigía a clase de catalán cuando vio que la corriente de un río arrastraba a un anciano. Se tiró al agua y salvó al anciano de morir ahogado. También recibió la ayuda de tres rumanos que estaban junto a la orilla: le acercaron el tronco de un árbol para que pudieran salir de la corriente.
Cuando le entrevistaron en televisión, pronunció, con gran sencillez un discurso magnífico: «Yo soy musulmán. Yo tengo corazón. No puedo dejar a alguien en el agua que se está ahogando. En mi vida, mi corazón me manda». A continuación comentó: «Me llamó el hijo del anciano para darme las gracias. Yo le dije: No pasa nada. Todos somos iguales. Lo primero es el corazón».
¿No les ocurre lo mismo que a mí? ¿El suceso no les hace pensar? En primer lugar, el comportamiento espontáneo, altruista y heroico que se ha relatado se enfrenta a los prejuicios hacia los inmigrantes pobres, de otra cultura, de otra raza y de religión musulmana. Esa actitud negativa, que está presente en un sector de la sociedad española, responde, fundamentalmente, a cinco rasgos: 1º Quitan puestos de trabajo a los españoles. 2º Usan los servicios sociales y, en consecuencia, las ayudas y servicios sociales públicos (sanidad, educación, ayudas sociales) deben repartirse entre 'los de aquí' y los extranjeros. 3º Los musulmanes no son de fiar. 4º Los negros y africanos son de una raza y cultura extraña. 5º La llegada de inmigrantes está acabando con las costumbres, con la tradición, con el 'paisaje' cotidiano: en el vecindario viven familias con pautas de comportamiento, formas de vestir y creencias diferentes.
El desconocimiento del otro, lleva a la desconfianza, al miedo, al rechazo, a la marginación, a la insolidaridad, a la actitud xenófoba. Por supuesto, como es sabido, en la gran mayoría de las ocasiones se trata de un rechazo al pobre. Es decir, no se critica al inmigrante negro y musulmán que es una estrella del deporte y gana millones, tampoco se rechaza al jeque árabe que tiene un palacio en Marbella.
A esos que marginan al diferente hay que recordarles que los españoles hemos sido un pueblo de emigrantes, y que la rica cultura española está formada por la influencia de variadas tradiciones de muchos pueblos (Sí, la España judía, mora y cristiana. O, si se prefiere, la tierra de íberos, de celtas, de fenicios, de griegos, de romanos, de godos, de judíos, de magrebíes, de árabes y, por supuesto, de la influencia europea y americana). A esos que les gustaría que se marcharan los inmigrantes, para que disminuyesen las cifras del paro y fuera menor la competencia por un puesto de trabajo, habría que recordarles que el crecimiento económico de los últimos años se basó, en gran medida, en la contribución de los que han venido de fuera. Los inmigrantes han trabajado en sectores y actividades que han rechazado los españoles: en la construcción, en la pesca, en la recogida de la fruta, en tareas de limpieza doméstica, cuidando a nuestros niños y acompañando a nuestros ancianos. Los inmigrantes producen riqueza (igual que los españoles la produjimos en Francia, en Suiza, en Bélgica y en otros países europeos en los años 50 y 60) y nos enriquecen con su cultura.
Actualmente, en España hay cerca de 6 millones de inmigrantes (aproximadamente un 12% de la población -distribuidos de forma bastante desigual por las diversas regiones-) y, por supuesto, la inmensa mayoría está formada por personas buenas, honradas y trabajadoras (que el mal comportamiento de unos pocos inmigrantes lleve a algunos a emitir juicios negativos sobre todo el colectivo pone de manifiesto que detrás de esa actitud injusta hay una gran ignorancia). Cuando algún medio de comunicación asocia el término inmigrante, o la raza negra, o el origen musulmán, al comportamiento delictivo o incorrecto de una persona, está cometiendo una irresponsabilidad ya que con ese vínculo contribuye a transmitir y a reforzar el prejuicio. Por el contrario, cuando se informa de comportamientos como el de Sall Abdourahmane se ayuda a eliminar la xenofobia, se ayuda a la integración social.
Por supuesto, lo más importante es la extraordinaria lección que nos ofrece el protagonista de esa historia: existen seres humanos, sencillos, generosos, que tienen claro que todos somos iguales y que lo que debe regir la vida de un individuo es «el corazón». Efectivamente, si las relaciones humanas se basan en la generosidad, si dejamos de fijarnos en el color de la piel, en el vestido, en la categoría social y profesional, en la cuenta corriente y en el Dios al que rezamos unos y otros, la sociedad será más armónica, más cálida y más justa.

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